jueves, 6 de diciembre de 2007

Las Crónicas Decapodianas: T de Terminal


Los cefalópodos cumplimos años de manera diferente a vosotros los humanos. Zoidberg ya lleva cierto tiempo recorriendo éste planeta y ha visto cosas que no creeriais.

Hacia la década de los ochenta viajar en ésos primitivos artefactos que llamais aviones era un suplicio sobre todo por el tema de los equipajes. Una vez aterrizados en el aeropuerto de destino los pasajeros tenían que esperar entre 30 y 45 minutos de media para que los equipajes aparecieran por la cinta transportadora de la terminal. A fin de calmar los animos y evitar una rebelión civil los maleteros desarrollaron la sofisticada técnica psicológica de poner en marcha la cinta cada cinco minutos y soltar dos o tres maletas. Los efectos calmantes eran inmediatos. Con el tiempo llegaron los noventa, la tecnología avanzó y el tiempo medio de recogida de equipaje se redujo a veinte minutos como máximo.

O eso creía Zoidberg hasta hace una semana.

Cuán poco sospechaba que sobre el horizonte de su futuro se alzaba una siniestra y sombría mole dispuesta a sacarlo de su error.

Una mole llamada...

¡¡¡T4!!!

La T4 es un Alien con piel de Teletubby (¿o era al revés?). Se esconde bajo una apariencia atractiva y nada más llegar te seduce con esos ascensores dignos de la sede central de Cyberdine Systems.

Aunque caminando bajo esas toberas vectoriales del techo uno no puede evitar la sensación de que en cualquier momento la parte superior va a despegar dejándote tirado en un cráter de cenizas como en el final del Rocky Horror Picture Show.

Y así, distraido con el marco incomparable, Zoidberg se da de bruces con dos de las características esenciales que distinguen a la T4.

La primera es el revolucionario concepto de cola de espera delante del indicador de llegadas.

Y la segunda es que, al igual que en la música, el cine, los comics y los videojuegos, en el tema de las maletas ¡¡¡VUELVEN LOS OCHENTA!!!

(al menos los tres cuartos de hora de espera son amenizados por interminables elucubraciones sobre la naturaleza y función de esas omnipresentes e inquietantes toberas)

Así que tras todo ésto Zoidberg pensaba que estaba preparado para el viaje de vuelta. Y además pensaba que los madrileños estarían más que hartos de su caparazón y no le pondrían impedimentos para salir.

Y menos tras ocho días de estancia, cuando su presencia ya comenzaba a causar alteraciones en el mismo tejido de la realidad circundante.

Evidentemente, a Zoidberg no le pagan para que piense...

La llegada transcurre sin problemas. Zoidberg ya está hecho a la idea de que los edificios han sido diseñados para que estén a la mayor distancia posible los unos de los otros. Pero en cuanto se dirige a facturación se da de bruces contra el siguiente Concepto T4.

En cualquier otro lugar y circunstancia la instalación de un autoservicio serviría para eliminar colas y tiempo de espera.

Pero la T4 NO es un lugar cualquiera.

Y su novedoso sistema de autofacturación obligatoria-por-cojones lleves o no equipaje facturable consiguie que hagas DOS colas en lugar de sólo una.

Pero Zoidberg, sobreponiendose a la adversidad y con su tarjeta de embarque en la mano, se encamina a la puerta indicada en ella, la M. Para ello tiene que cruzar el laaaaargo, complicaaaado e interminaaaaable control de detección de metales y líquidos. Después tiene que subirse al mini-metro lanzadera automático que une los dos edificios de la T4 (cuando ha dicho que todo estaba lo más extendido posible no exageraba).

Pero al llegar al segundo edificio y consultar el panel de anuncios Zoidberg descubre que ¡oh, sorpresa! la puerta de embarque es la H.

Y la J.

Y la K.

Poniendo al mal tiempo buena cara Zoidberg sigue las flechas que guian hacia las mentadas puertas para encontrarse con que acaban descendiendo hasta la terminal de la lanzadera que va de vuelta al edificio anterior. Confuso, Zoiberg intenta volver atrás.

Y descubre que no puede.

Una jungla de señales de "Prohibido el Paso" se lo impide.

Si, compañeros. He aquí el más revolucionario y fundamental Concepto T4. Como los tiburones, o los Marines Espaciales con armadura Terminator, el pasajero sólo puede moverse hacia delante.

Presa de un pánico cada vez mayor, Zoidberg pregunta a una providencial azafata informadora, quien le explica que la puerta de embarque no se confirma hasta una hora antes del despegue. Excepcionalmente, la azafata le concede un permiso verbal para tomar un ascensor en dirección prohibida; "dice que no se puede pero puedes hacerlo".

Diso mío... está lleno de estrellas...

De nuevo en las alturas de la terminal, en lugar del Campo Elíseo de bares y tiendas duty-free donde esperar cómodamente sentado a que las Mentes Pensantes de la T4 decidan qué puerta endilgarle a su vuelo, Zoidberg se halla en un páramo. Un embrión de futura aduana con todo el hardware y panelado instalados pero por el momento carente de función. Doblando una esquina hay policías. Mala señal. Doblando la otra, más policías.

Y justo al otro lado del patio central, el Paraiso prometido.

Tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. Son apenas diez metros pero podrían ser diez kilómetros.
Zoidberg desciende una escalera hacia el patio en busca de un pasadizo y se encuentra con una amable señora limpiadora que le explica que debe bajar por la escalera mecánica de la derecha, después coger un ascensor hacia arriba y pedirle a la policía que le deje pasar.

Agradecido, Zoidberg se encamina hacia la escalera y se encuentra con que lleva a la misma terminal de lanzadera de la que acaba de salir. Considerando una estupidez bajar para volver a subir (y además le da corte que la misma azafata le vuelva a ver pasar por delante perdido cual crustáceo en un garaje) intenta volver a la escalera por la que ha descendido pero una segunda señora limpiadora, alerta constante, avisa a la primera, que se planta delante suyo y le impide el paso.

Debe bajar a la terminal y después volver a subir. No importa que Zoiberg apele a la razón, la geometría euclidiana o la física newtoniana. La ya-no-tan-amable señora limpiadora #1 se muestra inflexible. Debe bajar a la terminal y después volver a subir.

Zoidberg considera el de limpiadora un oficio más que digno. Desde luego mucho más que el de gestor de personal o el de ingeniero fiscal. Aún así considera que el índice kafkiano de la situación crece y crece por momentos, pero en aras de la no-violencia decide transigir y bajar a la terminal y después volver a subir.

Una vez pasado por el aro, de vuelta a la yerma y futura aduana se acerca a los policías que, todo amabilidad y comprensión, le explican que mejor no volver en la lanzadera a la zona de la puerta M pues de tener que regresar a ésta el vuelo podría escapársele mientras pierde el tiempo dando vueltas. El paraiso al otro lado del patio es extrañamente inaccesible sin pasar por nosequé control. No obstante, permiten a Zoidberg cruzar la durmiente aduana y llegar a una enorme sala donde una solitaria azafata opera una terminal y una parejita de extranjeros juegan a las cartas en un banco.

Si no fuera por las circunstancias resultaría hasta idílico.

El vuelo a Tenerife de sigue sin tener puerta asignada. Zoiberg se imagina al avión convertido en un metálico Pedro Picapiedra aporreando las puertas de la T4 mientras grita "¡Wilmaaaaaa!". Cada dos minutos se acerca al panél hasta que a las 2:05 pm aparece indicada la puerta H28.

La hora de embarque; 2:21.

Zoidberg no corre. Vuela. Sala, amables policías, borde señora limpiadora (cuya mirada esquiva), andén, azafata (cuya mirada esquiva), lanzadera, laaaaargo complicaaaado e interminaaaaable control de detección de metales y líquidos (más lleno de gente que la vez anterior), rampas móviles por interminable pasillo y, finalmente, puerta de embarque H28.

Donde, como no podía ser de otra manera, no se empieza a embarcar hasta las 2:45.

Tras lo cual Zoiberg se encuentra con el regalo de despedida de la T4. Otro de sus Conceptos principales.

¡La cola de espera dentro del "finger" de acceso!

Así que tras la experiencia vivida, a Zoidberg ya no le extraña que el aeropuerto de Barajas reciba un presupuesto anual tan superior al porcentaje de tráfico aereo que circula por él.

Que diseñar un laberinto tan sádico cuesta mucho dinero, hombre.

(aunque Zoidberg se pregunta si todo no será un maquiavélico plan urdido por los verdaderos amos de la T4...

...¡¡¡LAS TOBERAS!!!)

1 comentario:

LoKKie dijo...

Y para que tanto espacio vacio? Y las toberas esas tenian rayos laser por los agujeritos esos? Y para que ostias tantas bombillas??