En los Tags de la Locura

Con un siseante zumbido electrónico el ordenador aceptó la contraseña y empezó a abrir las carpetas de contenido oculto.

Por fín sabría la verdad. Por fín descubriría por qué Jefferson se había vuelto loco.

Ante mí se desplegó un chrriante panorama de archivos y registros de actividades. Impios datos que se deslizaban convulsivamente por la pantalla como babeantes gusanos danzando al son de un violinista retrasado. Una fecha cambiada aquí, un elemento de pantalla borrado allá. Un borboteante flujo de información que amenazaba con ahogar mi ya exhausto cerebro.

Y entonces lo ví.

Al principio no me pareció nada extraordinario. Un registro de un cambio de etiquetado de la banda sonora de Rescate en Los Angeles.

Pero, guiados por una malsana curiosidad, mis ojos se fijaron en el listado de etiquetas de estilo disponible. Y en ese momento sentí un vacío cósmico abrirse bajo mis pies.

Descubrí que el universo que habitamos no es sino un abismo de insondables tinieblas en el que nuestra existencia no alcanza la importancia de siquiera una mísera mota de polvo. Un hostil páramo en el que sólo nuestra infantil ignorancia de su auténtica naturaleza nos permite subsistir.

Y yo, un necio que henchido de arrogancia pretendí vislumbrar la verdad que yace en su núcleo, veía ahora cómo entre incontrolables carcajadas de histeria la cordura me abandonaba y la demencia abría sus brazos para recibirme.

No recuerdo mucho después de aquello, y quizá sea mejor así.

Y aquí, rodeado de paredes acolchadas, gabarateo estas últimas palabras mientras el escaso vestigio de racionalidad que me quedaba me abandona lenta pero inexoráblemente. Escucha, amigo lector, la advertencia de alguien para quien los avisos ya llegan demasiado tarde.

No preguntes. No investigues. No explores.

Lo que encuentres podría costarte mucho más que tu mera vida...