Dicen que la pluma de Chris Claremont es excesivamente verborreica.
Que abusa de los texto explicativos que intentan aclarar a los lectores, que temen y odian la letra, el contexto de la historia y su dramatis personae con todas y cada una de sus implicaciones.
Que sus villanos, decididos a hacer que el título sea suyo en cuerpo y alma, derrochan palabrería como la savia se derrama del arbol de la vida herido por la mitológica lanza de Longinos.
Que es el mejor en su trabajo, y su trabajo consiste en dar gracias por los pequeños favores como que el rotulista sea capaz de encajar semejantes parrafadas en bocadillos que no tapen toda la viñeta.
¿Nunca cesarán las maravillas claermontianas?
En una y nada más que una palabra: de ninguna manera.
Pues un personaje de Claremont habla hasta dormido. El más profundo abismo marino o el más vacuo espacio sideral no son óbice para que verbalice sus pensamientos. La falta de habla no es impedimento para que comparta sus sentimientos con nosotros gracias a un denso monólogo interior.
Un buen personaje de Claremont hasta es capaz de resucitar a fin de poder seguir regalándonos con su prosa.
En resumen, que Chris crea personajes que no se callan ni cuando tienen la boca llena.
Pero MUY llena.
(pues la respuesta a la pregunta que planteó Kevin Smith en Mallrats, bonita, ¿qué te creias que te ibas a encontrar ahí?)
martes, 15 de junio de 2010
El Nombre de la Cosa
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1 comentario:
¡Zas, en toda la boca! :D
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