E. M. había desoido las advertencias.
"No te fies de los peninsulares", le dijeron sus amigos tinerfeños. "Esa gente es MUY extraña, ocultan algo", le avisaron sus conocidos grancanarios.
"Supersticiones de viejas", les respondió desdeñoso. "Sí, es cierto que los nativos de Botellaburgo son excentricos, pero no es nada de lo que tenga que preocuparme. Unos exagerados y unas nenazas, eso es lo que sois"
Y lo cierto es que durante los primeros días de su estancia sus ojos contemplaron más hechos inexplicables y visiones ilógicas que durante toda una vida residiendo en sus amadas tierras macaronésicas. Pero nada realmente inquietante.
Sólo meras rarezas. Simples excentricidades. Tal y como había dicho.
Hasta el dia de la película.
Todo comenzó inocentemente. Sus amigos botellaburguenses habían calculado mal el tiempo, lo que les obligó a una apresurada carrera hacia la sala donde se proyectaba el film. E. M. se retrasó unos vitales segundos extra adquiriendo viandas para su consumición durante el visionado, así que fué con sobrecarga y paso presuroso como penetró en la sala 4.
Siempre sucede que damos de manera incosciente ese paso fatal que marca nuestro destino para el resto de nuestras vidas. ¿Acaso si fuera de otra manera lo habríamos dado? El paso que dió E. M. le adentró en un oscuro espacio de extraña sonoridad y peculiar iluminación. En los cortos y sin embargo eternos segundos que tardó su cerebro en procesar la información no sopecho, no podía sopechar el abisal horror que se cernía sobre él.
La película ya había comenzado, descubrió con fastidio. A continuación fué reconociendo uno a uno los elementos de la escena que se le presentaba. El gutural resonar de los altavoces de una sala cinematográfica... Las insinuadas siluetas de los espectadores iluminados por la imagen proyectada en la pantalla... Aquí ya algo extraño llamaba a las puertas de su mente pero, embargado por el repentino torrente de impresiones lo ignoró. Y la pantalla...
La pantalla del cine...
Sintió cómo un sudor gélido cual rocío depositado sobre milenaria tumba recorría su espina dorsal de abajo a arriba. Al darse cuenta, al comprender el impío horror que sus ojos estaban contemplando se abrió ante él un estigio abismo de completa locura hacia el que comenzó a precipitarse su mente como cera derretida.
Y lo más terrible era que, mientras se hundía, su cerebro seguía funcionando.
"Antaño, en pasados eones, cuando las estrellas del firmamento eran jóvenes y no existía el VHS" acertó a tartamudear su menguante razón "aquí hubo una gran sala de cine. De aquellas que tenían piso superior y hasta acomodador. Y entonces llegó la televisión, y después el vídeo casero, los canales satélite, internet..."
"En aquella época empezaron a abrirse los multicines" continuó deduciendo su agonizante mente en una final y desesperada carrera contra la locura que se apoderaba de ella "y a raiz de ello muchos dueños de sala decidieron reconvertir sus cines en minicines subdividiendo las grandes salas en espacios más pequeños. Pero aquí... Pero en este cine... La pantalla..."
No pudo terminar su línea de pensamiento pues dentro de aquel cuerpo ya no quedaba nada que pudiera ser llamado "inteligencia" con propiedad. Fué un balbuceante idiota quien contempló el film hasta el final y quien salió dócilmente, siguiendo a la masa, de aquella maldita sala movido por el más elemental rastro de capacidad cerebral.
El justo para escucher y ser capaz de comprender las palabras de sus amigos botellaburguenses y con ello perder hasta ese nímio resquicio de cordura para desplomarse en estado catatónico cuando afirmaron tranquilamente...
...que sí, que aquella pantalla de cine estaba girada 25 grados respecto al público pero que bueno, que peores cines había en Botellaburgo...
martes, 20 de diciembre de 2011
El que acecha en las sombras
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1 comentario:
Lo hay peores... De verdad?...
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