viernes, 24 de febrero de 2012

Los Ojos de Lina

Para empezar tengo que confesar que nunca fuí fan del cine de Jesús Franco. Si que lo soy de su ética de trabajo y, sobre todo, de su manera igualitaria de abordar el desnudo. Y sin embargo me he visto casi tantas de sus películas como un aficionadio medio.

Por un sólo motivo.

La inocentemente turbia mirada de Lina Romay.

Que ha muerto hace dos dias.

No saldrá en las noticias de hoy, claro. Han sucedido eventos mucho más trascendentales como la presentación de la nueva Playstation.

Tristemente la autobiografía de Jesús Franco hace como la de Roger Corman y se centra en sus comienzos ignorando la etapa que interesaba de verdad así que habrá muchos detalles que no conozcamos nunca pero se puede decir que en el caso de Lina la palabra "musa" se queda tan corta para definir su relación como si uno describiera el Big Bang como la explosión de un petardo.

La grandeza de Lina no se puede explicar, tiene que ser contemplada. Porque cualquiera puede desnudarse y casi cualquiera puede tener un cuerpo atractivo pero sólo ella era capaz de mirar a la cámara de esa manera mientras lo hacía.

Sólo ella tenía una belleza capaz de sobrevivir a los (no operados) estragos de la edad y seguir irradiando morbo con cincuenta fondones años en Lust for Frankenstein.

Aunque, claro, mi preferida personal no podía ser otra que Wicked Warden, la apócrifa cuarta parte de la Trilogía de Ilsa donde comparte pantalla con la legendaria Dyanne Thorne.

Hace años tuve el inmenso honor de conocerla en persona.

Era el año 2005 y la única manera de que Franco viniera a esta isla desierta cultural a dar una conferencia era el hecho de que fuera ayudante de dirección de Orson Welles en su proyectado Quijote por aquello del Año Cervantes.

Qué triste vivir en este puto país.

Y me ahorro por sabida la perorata sobre cómo de bien habrían estado viviendo ambos si residieran en los Estados Unidos de América.

En una de las mejores escenas de muy irregular Obra Maestra de David Trueba un anciano cámara incita a Santiago Segura a masturbarse ante las viejas películas de su fallecida mujer actriz porque mientras su imagen llene la pantalla y desencadene el deseo en un espectador ella nunca morirá.

Y si algo me hace menos amargo el tener que despedirla hoy es saber que dentro de veinte años nadie recordará a la mayoría de petardas que tienen los santos cojones de ponerse delante de una cámara en estos tiempos de cine español en crisis.

Pero Lina Romay nunca será olvidada.

1 comentario:

Necio Hutopo dijo...

Da pena comentar lo que comentaría en un post tan sentido y solemne como éste... Así que más mejor, me omito