Desde el primer instante en que tuvo uso de razón Ellen Sue supo que de mayor quería ser vaquera.
Se imaginaba a sí misma cabalgando libre e indomable a lomos de un brioso corcel a través de luminosas e interminables praderas en pos de un felizmente inalcanzable horizonte. La fuerte y cálida brisa de las planicies acariciando su faz como un bautismal rito oficiado por los elementos que le daba la bienvenida a la inmortal hermandad de los centauros humanos. Las viridianas nubes, alla arriba, complacidos testigos que desfilaban lentamente cruzando la azur bóveda celestial.
Ellen Sue no lo tuvo fácil. Era una mujer valiente y decidida pero había sufrido la desgracia de nacer en un mundo de hombres. Fueron largos años de tenaz lucha y enconado sacrificio en pos de un objetivo que en ocasiones aparentaba ser inalcanzable. Que a veces parecía ilusorio como un sueño
Sin embargo Ellen Sue nunca se dió por vencida. Jamás se abandonó al desespero. Y así un dia logró llegar a su meta, se convirtió en una orgullosa y legendaria vaquera cuya fama se extendía a ambos lados del Pecos.
Pero Ellen Sue había olvidado un CRUCIAL detalle...
...ESE característico rasgo físico que corona la testa de los animales de los que los (y las) vaqueros toman su nombre...
4 comentarios:
Y bueno, tan malo no ha de ser...
Digo, si los vaqueros tenían un amor en cada pueblo, no veo el por qué las vaqueras no podrían hacer algo similar...
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