Chuck lanzó una furtiva mirada a su alrededor. El inmisericorde sol del desierto castigaba los rostros de captores y prisioneros por igual perlando sus cuerpos con un hirviente y grasiento sudor tan espeso y mugriento que solo los uniformes y los harapos permitían distinguir a unos de otros. El sonoro y cortante eco de cada latigazo causaba una ola de pavor en el mar de cansados rostros.
Cada vez que la serpenteante tira de cuero silbaba cortando el aire Chuck apretaba los puños y tensaba su mandíbula anticipando el inminente castigo que abriría un nuevo y sanguinolento surco cual arado de dolor y sufrimiento en el fertil campo de su lacerada espalda.
Y allí, soportando estoicamente el terriblemente lento pero inevitable ritmo que marcaban los latigazos, se sorprendio a sí mismo cerrando los ojos y elevando a los cielos una silenciosa plegaria con la intensidad del condenado que teme no tener ya nada que perder.
Dios mío, suplicó desde lo más profundo de su corazón, si alguna vez escuchas mis oraciones, si en alguna ocasión intervienes y me concedes lo que desesperadamente te pido, que sea esta. Apiádate de mí, dame fuerzas e interviene con tu celestial poder...
...y haz que no me noten la cara de gustirrinín...
martes, 7 de junio de 2011
Pulp Faction: Castigo sin Crimen
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1 comentario:
A mi, a mi que me pegue ella...
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