Era el mejor de los tiempos. Era el peor de los tiempos.
Los años de la Segunda Guerra Mundial fueron duros, eso es innegable. Una época de sacrificios marcados por la sangre y el fuego. Una pesadillesca hoguera de muerte y destrucción cuya negra y cenicienta humareda impedía concebir siquiera la esperanza de un futuro. Un terrible e inmisericorde yunque sobre el que se forjó la Mejor Generación de la Historia™
Tiempos muy chungos, vamos.
Pero no todo era malo, claro. Nunca lo es.
Aquellos muchachos que marcharon al frente a luchar contra la injusticia y la tiranía, a veces, tenían algún respiro. El cruel destino que se cebaba con sus vidas, en ocasiones, se apiadaba de ellos y les permitía un leve regocijo. Un minúsculo espacio de felicidad cuyo contraste con el monstruoso presente que le rodeaba hacía parecer gigante.
Por ejemplo, cualquier recluta sabía que bastaba con hacerse un ligero rasguño y echarle no más teatro que un jugador de primera división tras tropezar con un contrario...
...para poder captar un fugaz atisbo de pechuga de rubia con el que... ehm... inspirarse durante las largas pausas de combate en el frente.
(nota para nuestros lectores más jóvenes: entonces no existía internet ¿vale?)
1 comentario:
Ahora entiendo... ESO no es su pierna derecha...
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