Bien se dice que el mejor truco del Demonio ha sido lograr que nadie crea en su existencia.
El Demonio no existe, ¡por supuesto! ¿Cabe concebir idea más ridícula? Sin embargo la realidad de los Dioses Primigenios es tan palpable (¿pulpable?) que sólo los más ciegos y necios osan negarla. Sabedores de ello sus sectarios viven hábilmente camuflados entre el grueso de la sociedad bienpensante. Todos esos ciudadanos normales y corrientes que aparecen en la televisión extrañados con lo normalísimo y educado que era el vecino que acaba de detener la policía tras descubrir los cuarenta cadáveres enterrados en su jardín alucinarían si repentinamente una enorme flecha naranja apareciera sobre todos los sectarios que viven en su edificio.
Parte de esta estrategia de ocultación es la interesada caricatura de la figura del cultista. Merced a una machacona campaña de los medios de comunicación a ojos de la ciudadanía la palabra ya sólo evoca a un grupo de histriónicos dementes vestidos con túnica mientras recintan exóticos cantos y se aprestan a sacrificar a una hermosa chica, desnuda, tumabda y encadenada a un neolítico altar, retorciéndose completamente indefensa haciendo que su níveos pechos suban y b... ¿de qué estaba hablando...? Ah, si, la imagen de los cultistas, convertida en una caricatura que nadie podría tomarse en serio y mucho menos concebir como amenaza seria y real.
Pero existen.
Viven entre nosotros.
Y en secreto llevan a cabo sus arcanos e impíos rituales. Y tan seguros estan de su cobertura que a menudo dejan huellas. Incluso en lugares normales y corrrientes, perfectamente respetables, como esos muros de estadio de futbol donde nuestra sana juventud acostumbra a dejar plasmados ilustres ejemplos de poesia popular como "muerte a los godos" o "canariones maricones". Pero alguien que conozca sus secretas claves puede detectarlas.
Incluso aunque el código empleado sea tan sofisticado como cambiar C por G y añadir una F extra.
Y se habrían salido con la suya de no ser por este joven entrometido...
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