viernes, 14 de noviembre de 2014

En las Montañas de la Verdura

La demente risa del profesor Wilkinson resonaba en la galería como si no existiera la pared que la aislaba. Robertson y Stephenson contemplaban cómo, sentado en el suelo de la celda con las piernas cruzadas, se balanceaba incesantemente hacia delante y hacia detrás preso de una incesante y pesadillesca vigilia. A su dantesca imagen superponíanse merced a la peculiaridad de la tenue luz del pasillo sus propios rostros preocupados.

-N-no... No puedo creerlo -se lamentó el fornido escocés.

-Cuando Albertson llamó avisando que venían para acá pensé que era una broma -repuso el robusto londinense.

En la celda no se había instalado el habitual espejo unidireccional. No era necesario. Los enloquecidos ojos de Wilkinson oscilaban dentro de sus órbitas cual carnavalescas canicas, mirándolo todo y, al mismo tiempo, no contemplando nada. Del antaño eminente erudito sólo quedaba un necio babeante digno de la más degenerada feria de monstruos. Robertson apartó la vista de la ventana, incapaz de ser testigo por más tiempo del lamentable espectáculo a que habíase visto reducido su querido compañero de aventuras.

-Sigo sin poder comprender cómo pudo suceder -afirmó. Hace diez años que me uní a la Fundación Herbertson y, en todo ese tiempo, he contemplado una y otra vez con impotencia cómo cada nuevo estudioso del Saber Prohibido terminaba cayendo irremediablemente en la más absoluta demencia. A menudo me he preguntado si la lucha para salvaguardar a la humanidad de los Dioses Oscuros era merecederoa de tal sacrificio y, tarde o temprano, he acabado concluyendo que lo era. Sin embargo cuando Wilkinson llamó por primera vez a nuestra puerta, hace ya cinco años, supe que él era diferente.

-Nunca antes un voluntario se había presentado ante nosotros.

-No, siempre habíamos tenido que reclutarlos. Él era distinto. El no sólo buscaba el saber que escondían los arcanos tomos que almacenamos en nuestra polvorienta biblioteca, él era inmune a sus insidiosos efectos.

-Hasta tal extremo que alguna vez llegué a sospechar de su humanidad.

-Y no fuiste el único, viejo amigo. Pero una y otra vez probó su lealtad a la causa encarandose con abisales horrores. Afrontando impías visiones que reducían a sus compañeros, endurecidos mercenarios veteranos de los más crueles y sangrientos conflictos, a cobardes masas de lloriqueante humanidad pero que a él no le afectaban en lo más mínimo.

-Todavía recuerdo la noche que se quedó a dormir en nuestra habitación para invitados. La doncella que le subió el vaso de leche con galletas volvió a la cocina pálida como si hubiera visto un fantasma. Le preguntamos qué le había pasado y apenas pudo balbucear que se había fijado en el libro que el buen profesor tenía en su mesilla de noche para leer antes de entregarse a un reparador sueño.

-¿Y ese libro era...?

-El Necronomicon...

-¡Cáspita!

-...Edición Unrated...

-¡Repámpanos!

Ambos tornaro de nuevo sus miradas a su antiguo camarada que, completamente ajeno a su presencia, continuaba riendo y balanceándose.

-¿Ha podido averiguar qué le pasó?

-Albertson no estaba presente. Su informe dice que habían terminado la misión y estaban preparándose para dormir. El profesor Wilkinson dijo que no tenia sueño, que iba a aprovechar para ver en su laptop un nuevo anime que acababa de bajarse. Lo sigueinte que supo Albertson es que le despertaron sus desgarradores alaridos.

-¿Un anime, dice? ¿Y sabe por casualidad su título?

-No llegó a decírselo. Murmuró algo acerca de...

-¿De qué? Cualquier dato, por trivial que pudiera parecer, podría contener la clave para solucionar este enigma.

-Tiene usted razón, pero Albertson no lo recuerda bien. Se limita a mencionar inconexos detalles que, sin duda, no pueden pertenecer a la misma serie. Algo de unas colegialas.

-No es de extrañar tratándose de animación nipona.

-Unas colegialas que luchaban... ¿con piezas de buques de guerra de la Segunda Guerra Mundial pegadas a sus cuerpos?

-Sin duda debe tratarse de un error de transcripción.

-Obviamente. Aquí tengo el informe. Incluye un volcado del contenido del laptop del profesor. Quizá si  examinamos las imágenes que había guardado en su disco duro...

El centinela al otro lado de la puerta dió un respingo. No es que no estuviera acostumbrado a la cacofonia de demenciales sonidos que retumbaban a sus espaldas. Llevaba ya tres meses asignado al ala psiquiátrica de la Fundación Herbertson y había sido escogido para tal puesto por su probada inmunidad al sonido de la demencia. Pero la risa que se escuchaba, la que había estan escuchando incesantemente durante ya más de veinticuatro horas...



...repentínamente diríase que surgía de tres gargantas al unísono...

1 comentario:

Necio Hutopo dijo...

Bueno, así a ojo de buen cubero; el dibujo no es que se vea malo, la verdad...