Esa maldita lagarta...
Las palabras cruzaron centelleantes por la mente de Edward en cuanto le golpeó la visión de N'Dongo. Caido. Exánime. Indefenso. Boca abajo, su torneada espalda quedaba completamente expuesta.
¡Esa maldita lagarta!
Se alzaba victoriosa y amenazante, sus uñas manchadas con sangre de hombre. No de cualquier hombre. De su querido amigo, que yacía impotente ante el vicioso asalto, su piél de ébano perlada por el sudor en un iridiscente tono sólo interrumpido por el cruel escarlata de sus heridas.
¡ESA... MALDITA... LAGARTA!
Mostraba su sinuosa y desafiante lengua a Edward. Le retaba con sus altivos ojos. Sabía que llevaba las de ganar. Tenía la sarten por el mango. Controlaba la situación. "¿Qué vas a hacer ahora, hombrecito?" le decía tan muda como burlonamente.
¡¡¡ESA MALDITA LAGARTA!!!
La rabia brotaba de lo más profundo de Edward salvaje e imparable como el chorro inaugural del pozo petrolifero que habían descubierto juntos el día anterior, cuando nada parecía amenazar su felicidad porque eran completamente inconscientes de la sombra de la tragedia que les acechaba. N'Dongo alzó su miraba hacia él, suplicándole tan silenciosa como desesperadamente que huyera, que salvara su vida, que al menos él pudiera sobrevivir.
Y esa fué la chispa que hizo arder su furia en una repentina explosión.
Edward se lanzó sobre la maldita lagarta gritando...
"¡Aléjate de él so lagarta! ¡ES MÍO!"
1 comentario:
Y es de las que arañan la espalada, para más INRI
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