Un día me fuí a dormir, tranquilo y felíz de vivir en una democracia que, lejos, muy lejos de ser perfecta, seguía siendo mejor que la alternativa. Un mundo que tenía defectos, claro, pero también esperanza razonable de eventual mejora. Un panorama que hacía que te preguntaras qué se habían fumado los abertxales cuando denunciaban vivir invadidos por un imperio opresor.
Y cerré los ojos.
Y las pesadillas se apoderaron de mi.
Soñé que los ladrones condenados en firme caminaban libres por la calle e incluso disponían de dinero para mantener a salvo sus bienes.
Y nunca llegaban a pisar la cárcel por ello.
Soñé que los mismos jueces encargados de impartir justicia eran tan ladrones como aquellos a quienes no metían en la cárcel.
Soñé que el poder legislativo, encargado de mantener el equilibrio con el poder judiciel y el ejecutivo, era tan corrupto como los jueces y los ladrones pero no importaba porque un electorado de necios los seguía manteniendo en el poder sin importar cuántas de sus fechorías salieran a la luz.
Soñé que hicieron pagar el precio de sus delitos a esos mismos votantes que los sostenían con la docilidad de corderos que caminan dócilmente hacia el matadero.
Soñé que la Guardia Civil podía matar a golpes a un ciudadano sabedores de que periodistas comprensivos indetificarían a los testigos que, convenientemente, se echarían para atrás.
Soñé dos dominatrix lesbianas podían montarse una fantasía sadomasoquista con una detenida y salir impunes.
Soñé que, incluso cuando milagrosamente eran condenados en firme, los torturadores eran indultados.
Soñé que el cuarto poder, encargado de vigilar a los tres anteriores, estaba dominado por la misma clase de ladrones y corruptos.
Uno habría supuesto que en esta tierra de pesadilla donde reinaba la impunidad nadie pisaba la cárcel.
Y se habría equivocado.
Ante tan peligrosos individuos la policía se aseguraba de no detenerlos in situ sino cuando estuviera en los juzgados la jueza adecuada que ordenara prisión provisional sin fianza.
En ese momento quise despertar.
Y no pude...
1 comentario:
Tal vez el asunto no es tanto si podemos o no despertar, sino aprender a volvernos la pesadilla de los otros...
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