En algún momento del futuro Zoidberg camina por las abarrotadas aceras de la Gran Vía.
Y no camina solo.
A la altura del Cine Avenida (en ese no tan lejano e ideal futuro nuevamente un cine que proyecta películas) ambos cambian de acera (sin que ello supongo alteración alguna de sus respectivas heterosexualidades) y Zoidberg señala el inconfundible Edificio Carrión a cuyas espaldas el sol está comenzando a ponerse.
Se produce una breve discusión cinematográfica porque a ella, claro, nunca le ha gustado Santiago Segura ni la saga Torrente. No es la primera y no será la última. A continuación ambos recuerdan al protagonista de los viejos anuncios de tónica Schweppes pues son escasos los años que separan sus respectivas generaciones.
Zoidberg comenta que el ventanal superior, el que está sobre el anuncio, es la suite de honor del hotel que ocupa esa zona del edificio. Propone entrar a la recepció na preguntar cuánto costaría pasar la noche allí. Por mera curiosidad.
Ella acepta, algo extrañada por tan osada iniciativa en el normalmente tímido Zoidberg. Probablemente sospecha algo (es tan inteligente) pero prefiere seguirle la corriente.
El art-deco de la recepción brilla como nuevo. Ahora que las cosas han cambiado el país comienza a recuperarse y los negocios van bien. Sin preámbulos Zoidberg muestra su DNI y pregunta por la habitación que ha reservado. Ella sonríe, más alegre que sorprendida (perceptiva y MUY inteligente).
Cuando Zoidberg sale del baño la ve de rodillas en el sofá junto a la ventana, asomada a la ciudad que la luz del amanecer ya empieza a cubrir de brillos dorados. Se acerca a ella y susurra en su oido...
"Mientras no consiga el préstamo para montar mi ejército de robots gigantes esta es la única manera que se me ha ocurrido de poner la ciudad a tus piés".
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